Nunca me tocó el Fary
Hace algún tiempo hacía uso de los taxis con mucha frecuencia.
Cosas del trabajo. Aquellos chalados con sus locos cacharros sería un buen
título para el relato de lo vivido en aquellas carreras.
Conocí al autodenominado taxista
mas marchoso de Madrid. Así se presentaba tan pronto como subías al coche e
,inmediatamente después, te lo demostraba con un derroche de decibelios de
bakalao que te atravesaba el pecho.
Conocí al taxista que había escrito el Código de la Circulación
en verso. Allá él pero, ¿con qué derecho me recita sus ripios durante toda la
carrera?
Otro taxista literato resultó ser autor de un libro para niños sobre
la Campana de la Libertad, símbolo de la Independencia de EEUU. Todo para
dejarme mal porque yo había avisado a los colegas americanos que me acompañaban
de que aquí los taxistas no hablan inglés.
Un taxista me quiso apuñalar en Moncloa (¿se dice apuñalar si
te clavan un destornillador?). Unos cuantos intentaron robarme
(mas o menos cada vez que llegaba a Barajas de madrugada). Me impusieron la
Cope, el humo de sus puros, a Encarna. Me hablaron de toros (este era inglés,
mira tu, y había descubierto que la vara del picador es en realidad un rifle
camuflado). Me hablaron de su señora (una quería asesinarle haciendo corriente
en casa). Intentaron convertirme al catolicismo (y de paso venderme una biblia)
y uno me echó encima 2 kilos de llaveros (creaciones suyas) para que le
comprara alguno. En el apartado ventas
adiccionales me han ofrecido también señoritas o travestis que llevaban de
copilotas. Un taxista intentó prostituirme pagándole la carrera en carne. Nunca
me tocó el Fary.
No se cuanta razón tienen los taxistas en sus quejas. Se que con la
competencia el servicio ha mejorado notablemente y que la memoria de los
agravios pesa a la hora de solidarizarse con ellos.