El sueño eterno.
Hará veinte años, un
agente inmobiliario me llamó por teléfono porque, según él, yo me había
interesado por un piso junto a la Castellana. Le dije que se había equivocado
de magnate e insistió hasta que, a punto de colgarle, confesó que el piso
estaba en Fuencarral. Un antiguo
pueblo de Madrid que nunca termina de parecer un barrio. Y efectivamente hay un
proyecto de prolongar la Castellana hasta aquellos territorios cuyo origen se
remonta a Don Pelayo.
Hoy al visitar Fuencarral descubro que a leyenda de
La prolongación de la Castellana sigue alimentando los sueños de los fuencarraleros y es
el único manual de estilo que reconozco en la arquitectura del lugar. Algunas casuchas del pueblo están arregladas
con acabados de lujo o diseño del bueno, preparadas para el gran día. Desgraciadamente la excelencia de cada una de esas
reformas no mejora el aspecto caótico del conjunto.
Estos sueños a largo plazo estaban muy bien cuando teníamos una esperanza de vida casi japonesa. Hoy en Fuencarral iban todos con mascarilla.