Al
rescate de recuerdos.
Tuve
un casero griego en Londres que me decía kalimera.
Eso se lo dirás a todos, le respondía
yo. Aunque no creo que a todos les pusiera los mismos morritos al llegar a la
eme.
Antes
del casero, mi griego de referencia era Aleco Pandas todo un varufakis que me cantaba Ta grisa matakia , Tus ojos grises,
traducido por mi tía Delfina como Tus
ojos grises me atacan.
También
en Londres, otro griego me cantaría, pero este en español. Repetía como un loro
las letras de las canciones de Sara Montiel, muy popular en el Peloponeso. Qué mala entraña tienes pa mi me dijo
una tarde en Hampstead Heath. Y delante de su señora.
Mas
adelante viajé a Grecia y ya conocí muchos otros griegos vivos. Pero ninguno me
marcaría como aquel de la playa de Kos. Este hombre interrumpió mi lectura para
decirme que exhibirme así, en pelotas, iba en contra de las ancestrales
costumbres de la Isla. Miré allí abajo para comprobar que la lectura no había levantado
insospechadamente mi libido y le dije: ¿Por
qué entre los ochenta o noventa hombres y mujeres desnudos de esta playa me
dice usted esto a mi?
-Porque usted es un hombre culto, que lee, y
sabrá comprenderlo.
Mucha
cultura pero qué poca educación. Yo desnudo y el se fija en mi libro. Es hoy, y
le monto un referéndum.