El país
está en pleno éxtasis religioso. Intento ponerme a salvo de las turbas de
encapuchados y me tiro al campo. Allí no huele a incienso ni suenan tambores y
solo algunos insectos improvisan procesiones.
Los
restos de un viejo convento son el único vestigio de aquellas religiones de
otros tiempos, hoy en ruinas.